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Reflexiones sobre nuestra identidad (1ª parte)

Reflexiones sobre nuestra identidad (1ª parte)

María Fontaine

¿Cuál es nuestra identidad en Cristo?

Muchos conferencistas y escritores cristianos han tratado el tema de nuestra identidad en Cristo. Existen opiniones dispares sobre cómo puede definirse nuestra identidad en Jesús. La mayoría parece concluir que nuestra identidad espiritual consiste en todo lo que se nos promete cuando lo aceptamos a Él.

No obstante, como no es realista pensar que en el presente podemos apropiarnos de cada una de esas promesas, en el fondo eso no responde a la pregunta: «¿Cuál es mi identidad en Cristo ahora mismo, hoy?» Muchas de esas promesas, por ejemplo, tienen que ver con el Cielo y la eternidad.

Algo que puede ayudarnos a entender nuestra identidad en Cristo ahora mismo es examinar lo que constituye nuestra identidad humana. Nos identificamos unos a otros por ciertas características físicas como nuestro nombre, cultura, trabajo, edad o estatus. También se nos conoce por nuestra personalidad, actitud, esperanzas y aspiraciones. Todo eso contribuye a lo que somos como personas en un momento dado. Sin embargo, con el paso del tiempo, a medida que vamos aprendiendo y acumulando experiencia, ciertos aspectos de esa identidad cambian. No es que nuestra identidad sea estática.

Nuestra identidad humana está constantemente desarrollándose y ampliándose, por lo que es posible que lo que nos identificaba ayer no coincida con nuestra identidad en el futuro. Por ejemplo, una mujer hoy puede estar soltera y ser la Srta. Lara, y mañana estar casada y ser la Sra. de Busquets. Es posible que el año pasado fueras un ejecutivo de una empresa y hoy en día trabajes por cuenta propia. Tu aspecto físico cambia a medida que maduras y envejeces.

Pues yo considero que esa otra faceta fundamental de lo que somos —nuestra identidad en Cristo— se desarrolla prácticamente de la misma manera que nuestra identidad humana. En otras palabras, no es estática, sino que cambia continuamente. Con el tiempo podemos llegar a desarrollar una mayor parte del potencial que tenemos en Jesús, así como con el tiempo podemos desarrollar en mayor medida el potencial genético de nuestro organismo físico.

Nuestra identidad en Cristo va desarrollándose y madurando en el transcurso de nuestra vida terrenal e incluso a lo largo de la eternidad. A medida que vamos aprendiendo lo que somos y lo que podemos llegar a ser a raíz de nuestra relación con Dios, nuestras cualidades como creyentes se vuelven cada vez más patentes en nuestra vida cotidiana. Esa es nuestra identidad en Jesús.

Tanto nuestra identidad humana como nuestra identidad en Jesús están en pleno desarrollo, y juntas constituyen esa creación única de Dios que es cada uno de nosotros. Tenemos la oportunidad de tomar la decisión de reformar y mejorar lo que somos y lo que llegaremos a ser.

Quisiera someter a tu consideración una serie de descripciones y reflexiones sobre nuestra identidad en Cristo y cómo puede desarrollarse. Aunque no están en ningún orden en particular, espero que sirvan para tratar claramente este tema.

1. Soy embajador de Cristo. «Somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios».  2 Corintios 5:20 (RVR 95)

2. Puedo ser una luz para los demás. «Dejen que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben a su Padre celestial».  Mateo 5:16 (NTV)

3. Dios me ha autorizado para hacer discípulos de todas las naciones. «Jesús se acercó y les habló diciendo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”».  Mateo 28:18–20 (RVR 95)

4. Jesús me ha encomendado una misión de vital importancia. «Como Tú me enviaste al mundo, así Yo los he enviado al mundo».  Juan 17:18 (RVR 95)

5. Dios me escogió y me tiene mucho cariño. «Hermanos amados de Dios, sabemos que Él los ha escogido».  1 Tesalonicenses 1:4 (NVI)

6. Soy colaborador de Dios. «Nosotros, como colaboradores de Dios, les rogamos a ustedes que no reciban Su gracia en vano».  2 Corintios 6:1 (RVC)

7. Puedo confortar a los demás hablándoles del glorioso futuro que Dios nos tiene reservado. «Nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras».  1 Tesalonicenses 4:17,18 (RVR 95)

8. Ninguna condenación pesa ni pesará nunca sobre mí. «Ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús».  Romanos 8:1 (NVI)

9. He sido perdonado. «En Él tenemos la redención mediante Su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia que Dios nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento».  Efesios 1:7,8 (NVI)

10. Con Jesús puedo encarar y superar cualquier cosa en la vida. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».  Filipenses 4:13 (RVR 95)

11. Jesús es mi amigo. «Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de Mi Padre os las he dado a conocer».  Juan 15:15 (RVR 95)

12. Soy hijo adoptivo de Dios. «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: “¡Abba! ¡Padre!”»  Romanos 8:14,15 (NVI)

13. Soy la esposa de Cristo. «Si ella se une a otro hombre mientras su marido vive, comete adulterio, pero si su marido muere, ella queda libre de esa ley; de modo que, si se une a otro hombre, no comete adulterio. Así también ustedes, hermanos míos, por medio del cuerpo de Cristo han muerto a la Ley, para pertenecer a otro, al que resucitó de los muertos, a fin de que demos fruto para Dios».  Romanos 7:3,4 (RVC)

14. Tengo la mente de Cristo. «¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién lo instruirá? Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo».  1 Corintios 2:16 (RVR 95)

15. Me he liberado de mis vicios y adicciones. «Él nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de Su amado Hijo».  Colosenses 1:13 (RVR 95)

16. Tengo acceso a la curación y el perdón de Dios. «¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados».  Santiago 5:14,15 (RVR 95)

17. Soy ciudadano del Cielo. «Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios».  Efesios 2:19 (RVR 95) «Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo».  Filipenses 3:20 (RVR 95)

18. Nunca estoy solo. «No te desampararé ni te dejaré».  Hebreos 13:5 (RVR 95)

19. Se me ha concedido el grandísimo privilegio de activar el poder de Dios por medio de la oración en beneficio de los demás. «Te ruego que ores por todos los seres humanos. Pídele a Dios que los ayude; intercede en su favor, y da gracias por ellos. Ora de ese modo por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos tener una vida pacífica y tranquila, caracterizada por la devoción a Dios y la dignidad. Esto es bueno y le agrada a Dios nuestro Salvador, quien quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad».  1 Timoteo 2:1–4 (NTV)

Cuanto más interiorizamos lo que Jesús ha dicho que podemos ser y hacer como hijos de Dios, más reflejamos Su Espíritu, y así desarrollamos y ampliamos nuestra identidad en Jesús. Si estudias, memorizas y te aplicas las promesas de Dios contenidas en la Biblia, se desarrollarán en ti las cualidades que forman parte de tu identidad en Cristo.

Por ejemplo, si no consigues deshacerte de tus sentimientos de culpa y te parece que siempre te remorderán las faltas que has cometido, puedes hallar libertad en el conocimiento de que Jesús dice que ya no hay condenación para los que son Suyos[1]. Si te consideras prisionero de tus temores, puedes declarar con fe que las cosas cambiarán al confiar en Él: «En el día que temo, yo en Ti confío»[2].

Si las circunstancias te hacen sentirte anodino, insignificante o despreciable, puedes declarar con absoluta seguridad: «Dios dice que soy Su creación, Su obra maestra; por consiguiente, sé que soy importante para Él»[3]. Cuando te parezca que no tienes nada que ofrecer, recuerda que eres hijo de Dios y que Él mismo dice que te ha confiado la labor más importante que pueda haber como embajador Suyo[4].

Si estás ansioso y estresado, agitado o preocupado, no te quedes en ese estado de infelicidad. Cree lo que Él te dice en Su Palabra: «Mi paz os doy»[5]. Esa paz está ahí, a tu disposición, si decides aceptarla.

Recuerda que la opinión de Dios es la que importa. ¡Puedes escoger aceptarla y vivir victoriosamente! Acepta lo que Dios dice de ti, admite que es cierto y conviértete en la persona que puedes llegar a ser.

Para más escritos de María Fontaine, visita Rincón de los directores.


Notas al pie

[1] Romanos 8:1.

[2] Salmo 56:3 (RVR 95).

[3] Efesios 2:10.

[4] 2 Corintios 5:20.

[5] Juan 14:27 (RVR 95).