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Huellas radiantes

Huellas radiantes

María Fontaine

«El Hijo (Jesús) es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es, y el que sostiene todas las cosas con Su palabra poderosa».  Hebreos 1:3[1]

Pablo dio dos descripciones de Jesús en ese versículo. Las dos revelan una característica importante del que hemos sido llamados a seguir, a emular, a ser una representación de Él, al igual que Jesús fue para nosotros un reflejo del Padre. Jesús es el «resplandor», la brillantez de la gloria de Dios y una impronta, una imagen exacta de la naturaleza del Padre. Pero, ¿eso qué significa para nosotros?

Jesús se describió a sí mismo como «la luz del mundo»[2]. Él es el brillo que el Padre envía a nuestra vida. Manifiesta el amor de Dios. Ilumina nuestro camino al Padre, de modo que experimentemos todo lo que el amor de Dios provee para nosotros, Sus hijos.

Juan 1 dice: «En Él [Jesús] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres». No podríamos vivir sin la luz física que alimenta nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Del mismo modo, sin la luz espiritual de Dios —que es la fuente de toda la vida—, estaríamos perdidos espiritualmente y en la «sombra de muerte». La Biblia dice con relación a Jesús: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio gran luz, y a los que habitaban en región de sombra de muerte, luz les resplandeció»[3].

Cuando Jesús llegó a la Tierra, nos trajo la luz espiritual de Dios que libera a quienes la aceptan, librándolos de la muerte[4]. Eso es la salvación, esa es su esencia: que Dios nos envió Su luz, que es la fuente de vida eterna, y cuando aceptamos a Jesús en nuestra vida, empezamos a llenarnos con la brillantez, el resplandor de Dios.

Sin embargo, hay más. Jesús es más que solamente la luz, aunque eso sea incomprensiblemente asombroso. También es la impronta de la naturaleza de Dios. Una impronta o un sello es una representación visible de algo. Jesús manifestó la naturaleza de Dios, el Padre, por medio de todo lo que dijo y de Sus obras. Presentó a Dios de una manera que nosotros, la creación humana de Dios, pudiéramos entender. Conforme vemos a Jesús y Su vida, vemos vislumbres de la naturaleza de Dios, el amor de Dios, las expectativas de Dios con respecto a nosotros, y la misericordia y la compasión que nuestro Padre nos ha entregado en una medida mucho mayor de lo que podríamos pedir o imaginar[5].

Vemos a un Padre que enfrentará hasta los mayores sacrificios a fin de obtener los resultados que estos traerán[6], que se interesa lo suficiente como para buscar a los perdidos y con paciencia dirigirlos a Sus brazos[7].

Vemos la naturaleza de Dios en cada milagro y en cada palabra de perdón y esperanza que Jesús pronunció. La vemos en Su amor que tiene un ojo espiritual que —aun en nuestros peores momentos— ve lo bueno y las posibilidades que hay. La vemos en la sabiduría y verdad que nos pertenecen al recibir a Jesús. La vemos en Su dulzura hacia los que tienen necesidad y en Su furia contra el mal. Descubrir la naturaleza de Dios es una aventura en la que pasaremos la eternidad.

Jesús, el resplandor de Dios, vino a este mundo en forma pequeña: un bebé en un establo. Así pues, pocos lo notaron siquiera. Sin embargo, Su llegada fue el suceso más importante, dio salvación a todos los que lo aceptaron. A medida que nos acerquemos más a Jesús, podemos irradiar más el Espíritu de Dios en esta vida y, en última instancia, por el universo y la eternidad.

Al mirarnos a nosotros mismos, probablemente no vemos la belleza de la impronta o sello de Dios que se manifiesta muy claramente. Sin embargo, ¿cuántos podrían haber imaginado que provendría de una mujer con problemas y su pobre esposo a quienes parecía que todo había salido muy mal? Dejaron su hogar, sin saber dónde ella daría a luz a su bebé. Tuvo que dar a luz entre animales, puso a su hijo recién nacido en un comedero. ¿Quién podría haber imaginado que aquel nacimiento atribulado y aparentemente sin bendiciones marcaría el comienzo de la radiante impronta de la fuerza vital de Dios, y de Su gloria y soberanía para que todos lo vieran?

De modo que si piensan que algo ha salido mal en su vida y ahora mismo ven una situación sombría, de todos modos pueden regocijarse. Si Jesús es parte de su vida, incluso en el lugar más pequeño existe la posibilidad de que ocurra algo glorioso, cuando dejen que el Espíritu de Dios los guíe.

Esa es una razón para que enfrenten el día con una sonrisa. Gracias al amor radiante de Jesús y el ejemplo de la naturaleza de Dios que vive en el corazón de ustedes, su futuro no podría ser más estupendo.

Para más escritos de María Fontaine, visita Rincón de los directores.


Notas al pie

[1] NVI.

[2] Juan 8:12.

[3] Mateo 4:16 (RV 1995).

[4] Efesios 2:4-5.

[5] Efesios 3:20.

[6] Hebreos 12:2.

[7] Lucas 19:10.