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Dios mira el individuo

Dios mira el individuo

Peter Amsterdam

¿La visión del mundo que tenga un cristiano le permite emitir juicios de valor sobre grupos de personas? ¿Es aceptable rotular a cierto grupo de personas o país como perverso o anti Dios e incluir en dicha categoría a todas las personas que viven en él o forman parte de esa cultura?

En el caso de las catástrofes ocurridas, como es el caso de los desastres naturales, ¿sería viable que pronunciáramos un juicio generalizado que se aplicara a cada individuo que sufrió dichas calamidades?

¿Qué hay del legendario interrogante sobre el porqué del sufrimiento y por qué Dios permite que haya dolor y miseria en el mundo? ¿Deben responderse esas preguntas desde un contexto moralista?

El mensaje de Jesús se caracterizó muy poco por emitir juicios tajantes sobre las personas. Él ofrecía amor y misericordia y señaló a los religionistas que en su afán de legislarlo todo ellos habían perdido de vista esos atributos[1]. Al común de la gente les dijo que amaran a sus enemigos, que bendijeran a quienes los maldecían, que hicieran el bien a quienes los aborrecen[2]. Les dijo que «no juzgaran para que no fueran juzgados»[3]. Les enseñó que no había venido a perder vidas, sino a salvarlas»[4].

Echemos un vistazo a los registros de instancias en que alguien planteó a Jesús una pregunta o se vio enfrentado a situaciones en las que tuvo que emitir juicios sobre personas para ver cómo respondía.

En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: «¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente»[5].

Cuando se cumplió el tiempo en que Él había de ser recibido arriba, afirmó Su rostro para ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de Él, los cuales fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos. Mas no le recibieron, porque Su aspecto era como de ir a Jerusalén. Viendo esto Sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?» Entonces volviéndose Él, los reprendió, diciendo: «Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas». Y se fueron a otra aldea[6].

Jesús dijo que no había venido a juzgar al mundo sino a salvarlo[7]. Únicamente Dios puede juzgar a las naciones y solamente Dios sabe por qué suceden ciertas cosas a la gente de determinado país no la de otro. Pablo afirmó que los juicios de Dios son «insondables, e inescrutables Sus caminos. Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue Su consejero?»[8]

No nos toca a nosotros ni es tarea nuestra, como cristianos que somos, asignar culpas y pecados y determinar si los sufrimientos de un pueblo se deben a tal o cual pecado. No nos corresponde a nosotros emitir juicios colectivos sobre la gente, pues cada persona es responsable ante Dios en forma individual. Dios toma a cada uno en el estado de maduración en que se encuentra y obra en su corazón y su vida según sea el caso. Cada persona dará cuenta ante Dios, ya sea en el Juicio del Gran Trono Blanco, o en el Tribunal de Cristo, si es que es salvo[9].

Lo que sí sabemos es que Dios es amor, y que Él no quiere que ninguno perezca. Él ama a cada hombre, mujer y niño, independientemente de quién se trate, dónde viva, de qué color sea su piel o de lo que hicieron o no hicieron sus ancestros o creyeron o no creyeron ellos mismos. Los ama de todos modos, aunque su vida se consuma en el pecado o vivan en las tinieblas espirituales. Eso es lo hermoso del cristianismo, que el amor de Dios nos mueve a amar a todos y a compartir Su verdad y amor con tantos como podamos.

Dios toma en cuenta al individuo. Cada persona es única y es creada a Su imagen y semejanza. Cada uno es alguien por cuya salvación murió Cristo. Él ama a todos y se interesa por cada uno, aun los que no lo conocen, no lo han aceptado o lo han rechazado.

Él no hace responsable a todas las personas de un país por los males y pecados de la nación. Es posible que una nación sea responsable de las guerras en que se ha metido o la política exterior que practica, o por el maltrato de las minorías dentro del país, pero individualmente, no se puede responsabilizar a cada persona de las decisiones de su gobierno, de los poderes fácticos o de los políticos. Siendo realistas, muchas personas no aprueban las políticas de su gobierno o no están muy al tanto de las actividades del mismo, o no tienen poder político para resistir las políticas con las que no están de acuerdo. Hay una pluralidad de individuos con perspectivas muy diferentes.

En todo el orbe hay personas que necesitan a Jesús y Su amor, personas solitarias, perdidas, infelices y en busca de soluciones. Aunque los gobiernos de sus países estén descaminados, sean moralmente réprobos, corruptos o en algunos casos perversos, eso no significa que el pueblo sea colectivamente culpable de ello. Sería injusto juzgar a todos los ciudadanos de un país en razón de su gobierno o los poderes fácticos que lo controlan.

Quienquiera que trabe relación nosotros ―ya sea que se interesen en Jesús o no― se merece sentirse tocado por el amor y el Espíritu de Jesús. Y ello no a causa de lo que son ―hombres y mujeres, parte del mundo que Dios amó tanto que envió a Su Hijo a morir por ellos― sino de quiénes somos nosotros como cristianos: embajadores del reino de Dios, discípulos de Jesús, a quienes se espera que nos conozcan por nuestro amor.

Nuestra misión central es la de llevar la Buena Nueva de la salvación y el amor de Dios a toda la gente que podamos y a la vez vivir ese amor y darlo a los demás.

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Notas al pie

[1] Mateo 23:23.

[2] Mateo 5:44.

[3] Mateo 7:1.

[4] Lucas 9:56.

[5] Lucas 13:1–5.

[6] Lucas 9:51–56.

[7] Juan 12:47.

[8] Romanos 11:33–34.

[9] Apocalipsis 20:11; 2 Corintios 5:10.