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Carácter cristiano (1ª parte)

Carácter cristiano (1ª parte)

Peter Amsterdam

 (El presente artículo se basa en elementos extraídos del libro La devoción de Dios en acción, de Jerry Bridges[1].)

El factor clave para llegar a ser como Jesús consiste en cultivar un carácter a tono con Dios. Todo individuo posee un carácter determinado, que por definición son las cualidades propias de cada uno, el cual se refleja en su modo de sentir, pensar y comportarse. Carácter es el conjunto de atributos que determinan las acciones y reacciones morales y éticas de una persona. La mayoría de las personas poseen algunos rasgos de carácter buenos y algunos malos. Ciertas personas, independientemente de su fe religiosa, o carencia de la misma, poseen buen carácter y una moral fuerte. Cada uno desarrollamos nuestro carácter a lo largo de la vida.

Si bien cada persona —sea o no cristiana— posee un carácter, el presente artículo y los sucesivos se centrarán en los rasgos que, según la Escritura, cada creyente debe emular y que son los que nos llevan a adquirir una semejanza con Cristo. Esas cualidades, que yo denomino rasgos de carácter cristiano, se distinguen de otras, que aun siendo buenas, no necesariamente nos hacen más parecidos a Cristo. Por ejemplo, creatividad, flexibilidad, actitud vigilante, decisión y otros atributos muy convenientes, pero que la Escritura no aborda directamente, frente a otros rasgos que sí plantea, como son la fe, la amabilidad, la paciencia, el amor, la gratitud y otros. Pondremos el foco en el carácter cristiano.

Antes de zambullirnos en el tema, hay varios puntos que ameritan una aclaración. El primero es que ningún cristiano es perfecto: todos cometemos errores, todos pecamos y ninguno refleja completamente el espíritu de Cristo ni lo logrará en esta vida. Nuestro objetivo es permitir al Espíritu Santo obrar en nuestro interior, transformar nuestros pensamientos, metas, deseos, nuestra vida entera, a fin de ser mejores imitadores de Cristo. En segundo lugar, no es posible cultivar un carácter afín a Dios acatando una serie de reglas por mero sentido del deber, o con la idea de que si hacemos todo lo correcto estilo robots llegaremos a vivir en consonancia con Cristo. Aunque hay determinadas cosas que hacer y reglas que observar, no es la observancia maquinal de estas la que nos hace más cercanos a Dios. Se trata más bien de cumplir esas cosas motivados por el amor que abrigamos por Dios, el cual mora dentro de nosotros. Los actos que reflejan conformidad con Dios emanan de nuestro ser interior y son producto de la transformación que se operó en nosotros al momento de entablar una relación con Dios, cuando nos convertimos en creación nueva[2]. La transformación de nuestro carácter es por obra del Espíritu Santo.

Por supuesto que algún esfuerzo debemos poner de nuestra parte para ser mejores imitadores de Cristo. A fin de lograr que nuestra vida, pensamientos y actos coincidan con las enseñanzas de la Escritura es preciso que cada uno tomemos con regularidad determinadas decisiones morales, acompañadas de ciertos esfuerzos concretos, además de experimentar una transformación espiritual. Nosotros también desempeñamos una función, pero la transformación propiamente dicha se da por intermedio del Espíritu Santo. El carácter cristiano se basa en nuestro concepto de Dios y lo que representa: que nos ha hablado a través de Su Palabra, que sostenemos una relación con Él, que nos hemos consagrado a Él y, por tanto, deseamos modelar nuestra vida —activamente— según lo que nos ha revelado en la Biblia.

El carácter cristiano nos exige que optemos, con plena conciencia, por que el Espíritu Santo transforme nuestro carácter. Ello implica tomar una y otra vez las decisiones morales acertadas hasta que obrar como corresponde, de manera que agrade a Dios, nos resulte de lo más natural y llegue a ser parte intrínseca de nuestra persona. Cuando afrontemos una prueba o tentación de alguna índole, automáticamente responderemos como es debido gracias a la persona en que nos hemos convertido. Luego de haber formado día a día y año tras año tu carácter espiritual, al verte frente a un dilema moral de envergadura tienes la capacidad de sortearlo, ya que te adiestraste para actuar en consonancia con Dios o a semejanza de Cristo. En cierto sentido, habrás desarrollado músculos morales; habrás reprogramado tu cerebro o renovado tu alma para que procedan de tal manera que glorifique a Dios. Y no solo se trata de afrontar pruebas y tentaciones; va más allá de eso, a medida que cultivas ciertos atributos que reflejan a Cristo, como son el perdón, la generosidad, la humildad, la gratitud y otros. No obstante, el mismo principio es válido al revés, pues cuando a menudo se opta por perdonar, ser generoso, humilde y agradecido, al poco tiempo uno acaba interiorizando esas cualidades y asimilándolas hasta la médula. He ahí el proceso de desarrollo de un carácter que esté en armonía con Dios.

A lo largo de la Escritura descubrimos las características que se consideran cristianas, entre las cuales destacan las mencionadas en la lista del fruto del Espíritu: El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley[3]. Sin embargo, no están limitadas a esas; la Escritura alude a muchos otros rasgos. Se nos insta a tener corazones compasivos, bondad, humildad, mansedumbre, amabilidad, paciencia y perdón[4]; a pensar en todo lo que es puro, bello, digno de admiración, lo que suponga virtud o merezca elogio[5]; a ayudar a los necesitados, pues más bienaventurado es dar que recibir[6]; a tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros[7]; a seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad[8]; a cumplir con la palabra empeñada[9]; a ser moderados, respetables, sensatos, íntegros y bondadosos[10]; a andar en integridad, decir la verdad y cumplir lo prometido aunque salgamos perjudicados[11]; a dar ejemplo en la manera de hablar, en la conducta, y en amor, fe y pureza[12]; a ser prontos para escuchar, y lentos para hablar y para enojarnos[13]; a que nuestro amor brote de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera[14]; a ser hospitalarios, amigos del bien, sensatos, justos, santos y disciplinados[15]; a ser generosos y dispuestos a compartir lo que tenemos[16].

Quizás algunas o muchas de estas cosas no nos nazcan espontáneamente, y la verdad es que al principio tal vez tengamos que forzarnos a adoptarlas.  La finalidad es fomentar en uno mismo un carácter amoldado a Cristo, y como dijo el apóstol Pablo, para ello se requiere despojarse del viejo hombre, con sus hechos,y revestirse del nuevo... conforme a la imagen del que lo creó, [el cual] se va renovando hasta el conocimiento pleno[17]. La semejanza a Cristo exige un cambio intencionado.

Hay que optar por hacer morir y abandonar pecados a los que nos hemos habituado. Romper malos hábitos y sustituirlos por buenos no es tarea fácil, así como tampoco lo es cambiar actitudes, conductas y acciones pecaminosas por otras buenas. Existen algunos hábitos de mente, cuerpo, imaginación, habla y otros que es necesario desaprender para dar lugar a nuevos hábitos que hay que aprender.

Cabe destacar que la semejanza a Cristo pide tanto despojarse como revestirse de rasgos de carácter. Muchas veces los creyentes se enfocan en despojarse de rasgos de naturaleza pecaminosa. Consideramos que el objetivo es dejar nuestro pecado, creyendo que si superamos tal o cual pecado estaremos más cerca del Señor, seremos mejores personas y agradaremos más a Dios. Si bien eso es cierto, luchar contra nuestra naturaleza pecaminosa constituye apenas parte de la batalla. Se enseña a los creyentes que sean renovados en el espíritu de su mente, y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad[18]. Nos es preciso desarrollar características acordes con los principios divinos además de despojarnos de las que contravienen tales principios. Así como se nos insta a despojarnos de los rasgos de nuestro viejo yo, se nos llama a revestirnos de los rasgos del nuevo. No podemos omitir ninguna de las dos.

La tarea que tenemos por delante es despojarnos del pecado y revestirnos de los atributos divinos, a fin de posibilitar que el viento del Espíritu de Dios nos impulse hacia una mayor semejanza a Cristo.

Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante[19]. Dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz[20].

Para más escritos de Peter Amsterdam, visita Rincón de los directores.


Notas al pie

[1] A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.

[2] 2 Corintios 5:17.

[3] Gálatas 5:22,23.

[4] Colosenses 3:12–14 (DHH).

[5] Filipenses 4:8,9.

[6] Hechos 20:35.

[7] Mateo 7:12.

[8] 1 Timoteo 6:11.

[9] Mateo 5:36,37.

[10] Tito 2:2–8.

[11] Salmo 15.

[12] 1 Timoteo 4:12.

[13] Santiago 1:19.

[14] 1 Timoteo 1:5.

[15] Tito 1:8.

[16] 1 Timoteo 6:18.

[17] Colosenses 3:9,10.

[18] Efesios 4:23,24 (NBLH).

[19] Hebreos 12:1.

[20] Romanos 13:12 (NVI).