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El plan de Dios

El plan de Dios

Peter Amsterdam

La enseñanza medular del Nuevo Testamento se encuentra en uno de los versículos más bellos de las Escrituras: De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna[1].

Ese versículo revela la asombrosa verdad de que el Creador del universo amó tanto a la especie humana que envió a la segunda Persona de la Trinidad —Dios Hijo, Jesús— para que se hiciera humano y muriera en nuestro lugar por los pecados que hemos cometido, a fin de que no tuviéramos que sufrir el castigo de esos pecados, a pesar de que nos lo merecemos. Tenemos la oportunidad de obtener vida eterna porque Jesús, con Su sacrificio, pagó nuestros pecados.

El plan de Dios para salvarnos, que fue decidido desde antes de la creación del mundo, es consecuencia de Su amor por la humanidad. Lo que motivó a Dios fue el amor. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos aman y concibieron una forma de que nos salváramos de la máxima consecuencia del pecado: la muerte espiritual y la separación de Dios en el más allá, que las Escrituras llaman infierno.

Hay personas que tienen la impresión de que Dios es cruel y colérico, de que nos juzga con dureza porque Él personalmente está ofendido por el hecho de que hayamos pecado contra Él, y por consiguiente exige egoístamente que seamos castigados. La realidad es muy distinta. Dado que la naturaleza de Dios incluye atributos como Su santidad, Su rectitud, Su justicia y Su ira, para ser consecuente con Su naturaleza divina Él debe juzgar el pecado. Podría haber castigado justamente a todos los seres humanos por sus pecados. Pero como Su naturaleza divina también incluye atributos como Su amor, Su misericordia y Su gracia, quiso que no pereciera nadie[2], y por eso ideó una manera de que los seres humanos pudieran ser redimidos. Tal redención está motivada por Su amor, es porque «de tal manera amó al mundo». Aunque somos pecadores y hemos pecado contra Él, Su amor es tal que lo ha llevado a disponer una forma de que nos salvemos del castigo que merecen nuestros pecados. El plan de Dios para salvarnos es manifestación de Su misericordia y Su amor por la humanidad.

Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros[3]En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados[4].

Desde el principio

Antes de crear el universo, Dios ya sabía que los seres humanos, que fueron dotados de libre albedrío, pecarían; por eso concibió una manera de librar a la humanidad del castigo del pecado: Su plan de salvación. Dicho plan le permitió ser consecuente con todas las facetas de Su naturaleza divina: Su santidad, Su justicia y Su ira, y también Su amor, Su misericordia y Su gracia.

Dios desea salvar a los seres humanos, redimirlos, reconciliarlos con Él, sin dejar de ser consecuente con Su naturaleza. No tenía ninguna obligación de salvarnos. Podría haber dejado que todos los seres humanos simplemente sufrieran el castigo del pecado; pero no. Por amor a nosotros, Dios ideó una forma de redimirnos. Desde el principio ya tenía un plan para salvarnos, que comenzó a ejecutarse cuando Adán y Eva pecaron por primera vez y culminó con la muerte y resurrección de Jesús.

Como Dios es el Creador omnisciente, no le sorprendió que Adán y Eva pecaran. Sabía que ellos, por voluntad propia, optarían por desobedecer, y previsoramente ya había concebido un plan de salvación.

Su plan de salvación consistía en escoger a un pueblo, Israel, a quien se revelaría y daría Sus mandamientos. En Sus palabras a Israel, Dios reveló información sobre Sí mismo, el único Dios verdadero, y Su ley. Israel guardó y transmitió Su revelación de generación en generación, con lo que garantizó su preservación. Por el linaje de Israel Dios envió a Su Hijo, el Dios-Hombre, mediante el cual trajo salvación a la humanidad.

La historia de Israel no es otra que la historia de cómo Dios preparó el terreno para la salvación de la humanidad por medio de Jesús[5]. El Antiguo Testamento no solo contiene profecías sobre la vida y misión del Mesías, sino también numerosos presagios de la salvación que vendría mediante el Hijo de Dios hecho carne.

Símbolos y figuras del Antiguo Testamento

Para entender más a fondo la salvación y la redención, por qué Jesús tuvo que morir en la cruz para que se nos perdonaran nuestros pecados y pudiéramos reconciliarnos con Dios, es importante que repasemos algunos de los símbolos y figuras del Antiguo Testamento.

En todo el libro del Génesis se ofrecen sacrificios a Dios, comenzando con Caín y Abel y siguiendo con Noé, Abraham, Isaac, Jacob y otros. Un episodio en particular, en que Dios le pide a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac, prefigura el sacrificio, por parte de Dios, de Su Hijo por los pecados de la humanidad. Cuando Isaac le pregunta a su padre dónde está el cordero para el sacrificio, Abraham le responde que Dios proveerá. En el momento en que Abraham se dispone a matar a su hijo sobre el altar, el Señor le muestra un carnero enredado en unos matorrales, que Abraham sacrifica en lugar de su hijo. La sustitución de Isaac por un cordero que se ofrece en sacrificio a Dios ilustra el concepto del sacrificio sustitutivo, el cual constituye el fundamento del sistema de sacrificios de animales que más tarde Dios le dio a Israel, por medio de Moisés, como una forma de expiar sus pecados. El hecho de que Dios proporcionara el carnero prefigura cómo proveería una víctima, Su Hijo, para ser sacrificada por los pecados de la humanidad.[6]

En el segundo año después de la liberación de Egipto[7], Dios dio instrucciones a Moisés para que instituyera el sistema sacrificial levítico, en el que los sacrificios de animales expiarían el pecado. Cada año, en el Día de Expiación, se hacía un sacrificio especial por los pecados de todo el pueblo. Primero el sumo sacerdote hacía una ofrenda por sus propios pecados, seguida de una ofrenda especial por el pueblo.

En esos sacrificios del Antiguo Testamento ya aparece el concepto de expiar el pecado y hacer reconciliación por el mismo mediante sustitución. De la misma manera que en lugar de sacrificar a Isaac se sacrificó un carnero, los animales se sacrificaban por los pecados del ofrendante. Con esos sacrificios del Antiguo Testamento se expiaban los pecados ya cometidos; pero era necesario repetirlos al incurrir en nuevos pecados.

Dios el Redentor

Además de esos símbolos y figuras para expiar el pecado mediante el sacrificio sustitutivo de otro que toma el lugar del pecador y la transferencia de los pecados de todos a un único chivo expiatorio, en el Antiguo Testamento hay otro presagio de lo que había de venir, concretamente en la concepción de Dios como Redentor.

En el éxodo de Egipto, Dios mismo, mediante hechos poderosos, salvó a Su pueblo de la opresión y la esclavitud. Lo redimió y le dio libertad. A Moisés le dijo:

Dirás a los hijos de Israel: «Yo soy el Señor. Yo os sacaré de debajo de las pesadas tareas de Egipto, os libraré de su servidumbre y os redimiré con brazo extendido y con gran justicia»[8].

A partir de ese momento, Dios fue llamado el Redentor. Se acordaban de que Dios era su refugio, que el Dios altísimo era su redentor[9]Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor, tu Dios, te redimió[10].

La liberación de los hebreos de la esclavitud fue obra de Dios. Dios libró a los hebreos mediante hechos sobrenaturales y maravillas obradas por Su propia mano; no fue por lo que ellos hicieron. Eso es representativo de la gracia por la que nos redime mediante la obra divina de la salvación. Es por obra de Dios, no nuestra, que nos salvamos. La salvación solo se alcanza por Su gracia, misericordia y amor.

El divino plan de salvación mediante la muerte y resurrección de Jesús fue el plan de redención que trazó Dios para los seres humanos desde antes que estos existieran. En el Antiguo Testamento ya comenzó a revelarlo; y en el Nuevo Testamento, cuando Juan el Bautista proclama: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!»[11], empieza a desvelarse plenamente la totalidad del plan.

El Cordero de Dios

El cumplimiento del plan divino de redención mediante la muerte de Jesús, Su sacrificio en nuestro lugar con el derramamiento de Su sangre por nuestros pecados, es algo que se menciona repetidamente en todo el Nuevo Testamento. Él es el Cordero sacrificado, el que murió en nuestro lugar y el que, como el chivo expiatorio, ha tomado nuestros pecados sobre Sí mismo. Es el Redentor que nos salva de la esclavitud del pecado. Su muerte y Su resurrección son la culminación de los símbolos y figuras veterotestamentarios, el cumplimiento del plan divino de redención. Dios ha sido santo, recto y justo con Sus criaturas. Ha sido amoroso, misericordioso y compasivo. Somos los beneficiarios del mayor sacrificio jamás realizado.

Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante[12]Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. […] Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados[13]No tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por Sus propios pecados, y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a Sí mismo[14].

No por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por Su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los impuros, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?[15]

En Él tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de Su gracia[16]Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Con mucha más razón, habiendo sido ya justificados en Su sangre, por Él seremos salvos de la ira[17].

Esto es Mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados[18].

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Notas al pie

[1] Juan 3:16.

[2] 2 Pedro 3:9.

[3] Romanos 5:8.

[4] 1 Juan 4:9,10.

[5] Cottrell, Jack: What the Bible Says About God the Redeemer, Wipf and Stock Publishers, Eugene, EE.UU., 1987, p. 402.

[6] Génesis 22:6–8,13.

[7] Éxodo 40:17,29.

[8] Éxodo 6:6.

[9] Salmo 78:35.

[10] Deuteronomio 15:15 (BNP).

[11] Juan 1:29.

[12] Efesios 5:2.

[13] Hebreos 10:10,14.

[14] Hebreos 7:27.

[15] Hebreos 9:12–14.

[16] Efesios 1:7.

[17] Romanos 5:8,9.

[18] Mateo 26:28.