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El fariseo y el cobrador de impuestos

El fariseo y el cobrador de impuestos

Peter Amsterdam

La parábola del fariseo y el recaudador de impuestos figura únicamente en el capítulo 18 del libro de Lucas, versículos 9–14. Entre otras cosas, trata del elemento fundamental de la salvación. Comencemos por estudiar a los dos personajes de la parábola.

El fariseo

Los fariseos eran miembros de la sociedad judía que tenían convicciones muy fuertes acerca de observar tanto las leyes de Moisés como las tradiciones recibidas de sus antepasados. Tales tradiciones no formaban parte de la ley mosaica, pero los fariseos las ponían al mismo nivel.

El término fariseo significa «separados». Se esforzaban por cumplir la ley de Moisés, sobre todo los mandamientos que tenían que ver con el diezmo y la pureza. Muchos judíos no observaban las leyes sobre los alimentos, la preparación de los mismos y el lavado de manos; por eso los fariseos eran cuidadosos a la hora de comer con otras personas, a fin de no volverse ritualmente impuros. Algunos criticaron a Jesús por comer con pecadores, y menospreciaron a Sus discípulos por ingerir alimentos sin haberse lavado las manos[1]. También censuraron a Jesús más de una vez por quebrantar las leyes sobre el sábado[2].

En asuntos religiosos, los fariseos tenían fama de pasarse de la raya. La mayoría de los judíos no observaban la ley mosaica tan rigurosamente como los fariseos; por eso los judíos de la época de Jesús consideraban a los fariseos muy justos y piadosos.

El cobrador de impuestos

Los romanos, que gobernaban Israel en tiempos de Jesús, exigían tres tipos de impuestos: el impuesto territorial, la capitación y los derechos de aduana. Los impuestos se empleaban para pagar tributo a Roma, que había conquistado Israel en el año 63 a. C.

Lo más probable es que el recaudador de impuestos de la parábola estuviera vinculado al sistema aduanero. En todo el Imperio romano había un sistema de peajes y gabelas que se recolectaban en los puertos, en las oficinas de impuestos y en las puertas de las ciudades. Las tarifas oscilaban entre el dos y el cinco por ciento de los bienes transportados de una ciudad a otra. En viajes largos, una persona que transportara artículos podía ser gravada múltiples veces. El valor de los artículos lo determinaba el cobrador.

Aunque existía cierto control, con frecuencia los recaudadores, para obtener ganancias, tasaban los artículos en mucho más de su valor real. Detenían a los viajeros en los caminos y exigían esos tributos, que se podían pagar en moneda o renunciando a una parte de los artículos. Los contribuyentes consideraban que eso era robo institucional[3].

Cuando unos recaudadores de impuestos fueron donde Juan el Bautista para ser bautizados y le preguntaron qué debían hacer, él respondió: «No exijáis más de lo que os está ordenado»[4], una clara indicación de que cobraban de más para su propio beneficio.

Los recaudadores de impuestos eran despreciados. Eran calificados de extorsionistas e injustos. Se los consideraba religiosamente impuros; por consiguiente, su casa y toda casa en la que entraran también era considerada impura. Con frecuencia se metía en el mismo saco a los detestados cobradores de impuestos, los pecadores y las prostitutas[5]. Los tildaban de ladrones, y la gente respetable los rehuía. Desde luego el recaudador de la parábola no es una persona íntegra; es un sinvergüenza, y él es consciente de ello, como se evidencia por sus acciones en el Templo y su oración.

La parábola

A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, [Jesús] dijo también esta parábola[6]:

Lucas hace una introducción para explicar que la parábola es acerca de las personas que piensan que pueden alcanzar la justicia por méritos propios. Jesús cuenta la parábola a unos que tienen mucha confianza en sí mismos, se estiman muy rectos y consideran a otros inferiores e indignos de respeto.

Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano [cobrador de impuestos][7].

Las palabras subir y, más adelante en la parábola, descender hacen referencia a la elevación del Monte del Templo, que era el punto más alto de la ciudad. Era costumbre orar dos veces al día, una en la mañana y otra en la tarde, los dos momentos del día en que se ofrecían en el Templo sacrificios de expiación.

Las primeras personas que oyeron esta parábola debieron de suponer que el fariseo y el cobrador de impuestos subían al Templo para asistir a uno de los sacrificios diarios de expiación y orar.

El fariseo se puso de pie aparte de los demás, y empezó a orar: “Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como los demás. No soy como los ladrones, los injustos y los que cometen el pecado de adulterio. Te doy gracias porque tampoco soy como este cobrador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que gano”[8].

El fariseo oró apartado de los demás; se separó de los demás fieles. Si su ropa tocaba la de una persona impura, él también quedaba impuro. Y no iba a hacer eso una persona que se preocupaba mucho por conservarse pura y santa. Oró de pie, mirando hacia arriba, como era habitual entre los judíos.

También era costumbre rezar en voz alta, así que había bastantes posibilidades de que otros oyeran su oración. Quizá pretendía hacer una oración sermoneadora —ya saben a qué me refiero—, en la que uno reza con la intención de sermonear a los demás en vez de dirigirse verdaderamente al Señor.

Teniendo en cuenta que las oraciones judías en el siglo I eran por lo general confesiones de pecados, expresiones de gratitud por favores recibidos o peticiones para uno mismo o para los demás[9], es probable que su intención fuera más sermonear que rezar. No confiesa ningún pecado, no da gracias a Dios por ninguna bendición, ni pide nada para sí ni para otras personas. Da la impresión de estar señalándoles a los demás lo malos que son, despreciándolos, y proclamando su rectitud y su observancia de la Ley. Se compara con los demás y recalca lo aplicado que es él en su religiosidad al lado de ellos.

El fariseo se siente satisfecho de sí mismo y moralmente superior. Desprecia a los que no guardan la Ley como él. Los desdeña, le repugnan, y da gracias a Dios por no ser como ellos. Se cree la rectitud personificada, y el primer público que oyó la parábola lo debió de ver así.

Totalmente distintas son la conducta y la oración del cobrador de impuestos.

Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”[10].

El cobrador de impuestos se queda lejos de los demás, no porque él sea recto, sino porque se sabe pecador. No levanta la vista al cielo porque se siente indigno. Extorsiona a la gente y le cobra de más. Es un estafador. No le parece que merezca estar con el pueblo de Dios, y se considera indigno de conversar con Dios.

Está apartado de los demás, golpeándose el pecho, y reza: “Dios, sé propicio a mí, pecador”.

El cobrador de impuestos pide propiciación por sus pecados, expiación. No le ruega a Dios misericordia en general; pide expiación, que se le perdonen sus pecados.

Y resulta que lo consigue. Jesús termina así la parábola: Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido[11].

Ese final dejó asombrados a los primeros oyentes. El fariseo habría sido tenido por una persona justa y respetable, puesto que no solo cumplía lo que mandaba la Ley, sino que hacía incluso más. Por otra parte, el cobrador de impuestos habría sido considerado un pecador, odiado y vilipendiado por prácticamente todo el mundo, y con razón. De ninguna manera habría sido tenido por justo.

Sin embargo, ¿quién dice Jesús que fue a su casa justificado, es decir, hecho justo? ¿El que confiaba en su justicia a causa de sus buenas obras, o el que le suplicó a Dios misericordia? ¿El que era considerado santo por los demás? ¿El que menospreciaba a los otros porque no eran tan religiosos como él y se apartaba de los que eran impuros y pecadores? ¿O el que se sabía pecador y se humilló, consciente de que todas las buenas obras que hiciera no lo iban a salvar, y genuinamente arrepentido le pidió a Dios misericordia, perdón y salvación?

Así funciona la gracia salvífica de Dios: recibe salvación quien reconoce humildemente su necesidad de Dios, no el que tiene una opinión muy elevada de sí mismo y confía en que sus buenas obras y su religiosidad lo van a salvar. No me vayan a malinterpretar: hacer buenas obras que ayuden a los demás es estupendo; pero esas obras no nos salvan. Uno no consigue de esa manera un montón de puntos a favor que compensen los puntos en contra. No podemos ganarnos a pulso la salvación o el perdón de nuestros pecados. Es simplemente un bello regalo que Dios nos ofrece.

Es cierto que la parábola muestra la necesidad de ser humildes cuando nos presentamos ante Dios en oración y nos advierte que no nos consideremos moralmente superiores por hacer buenas obras y desdeñemos, despreciemos o censuremos a los demás; no obstante, el tema principal es la gracia de Dios. El mensaje es que nuestras obras no nos salvan; nos salva la gracia de Dios. Por causa de Su gran amor, misericordia y gracia, Dios dispuso una forma de que se nos perdonaran nuestros pecados y pudiéramos establecer una buena relación con Él. Somos justos delante de Él porque nuestros pecados han sido expiados, no por nuestra observancia de las leyes religiosas.

Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe[12].

La parábola revela que a Dios no le impresionan los actos piadosos ni los sentimientos de superioridad, sino que Él es un Dios misericordioso que reacciona ante las necesidades, las sinceras oraciones y el arrepentimiento de las personas[13]. Como dice en Isaías 66:2: «Yo miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a Mi palabra».

Dios es amor y misericordia. Ama a la humanidad y ha dispuesto una forma de que nos salvemos mediante la muerte sacrificial de Jesús. Anhela ardientemente salvar a todos, incluso a los que para el mundo son los peores pecadores, como el cobrador de impuestos de esta parábola.

Como cristianos, debemos hacer todo lo posible por ayudar a otros a conocerlo, viviendo de una manera que ponga de relieve el amor, la misericordia y la comprensión que nuestro amoroso Salvador nos ha manifestado a todos; y además debemos comunicar la maravillosa noticia de que para conocer a Dios basta con aceptar el regalo que nos ofrece, la salvación por gracia.

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Notas al pie

[1] Marcos 7:5.

[2] Mateo 12:2; Mateo 12:10; Marcos 2:24; Lucas 13:14; Juan 5:16.

[3] Green, Joel B., y McKnight, Scot: Dictionary of Jesus and the Gospels, InterVarsity Press, Downers Grove, 1992, p. 806.

[4] Lucas 3:13 (A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.)

[5] Mateo 21:32; Marcos 2:15; Lucas 15:1,2.

[6] Lucas 18:9.

[7] Lucas 18:10.

[8] Lucas 18:11,12 (PDT).

[9] Bailey, Kenneth E.: Jesús a través de los ojos del Medio Oriente, Grupo Nelson, 2012.

[10] Lucas 18:13.

[11] Lucas 18:14.

[12] Efesios 2:8,9.

[13] Snodgrass, Klyne: Stories With Intent, William B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids: 2008, p. 474.