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Los cuatro Evangelios

Los cuatro Evangelios

Peter Amsterdam

Los Evangelios se escribieron varios decenios después de la muerte y resurrección de Jesucristo. Su autoría se atribuye a creyentes de aquella época. Esas narraciones biográficas acerca de Jesús hicieron posible que Su vida, Sus palabras, Sus actos y Su promesa de salvación se conservaran y se difundieran a lo largo de los siglos. Al cabo de dos mil años seguimos leyendo y estudiando el mismo Evangelio al que tuvieron acceso los primeros lectores.

Según los historiadores, los primeros 3 Evangelios —Mateo, Marcos y Lucas— datan del año 45 d.C. al 69 d.C. El último, el de Juan, data del año 90 d.C. A los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se los denomina sinópticos, ya que colocados lado a lado en tres columnas paralelas, es fácil reconocer sus numerosas similitudes, como también sus diferencias.

Aunque nadie tiene una clara certeza de ello, los exégetas suelen sostener que el Evangelio de Marcos fue el primero en redactarse, seguido cronológicamente por los de Mateo y Lucas. El consenso general entre los eruditos es que Mateo y Lucas tuvieron acceso al Evangelio de Marcos cuando escribieron los suyos, y que los dos tuvieron otra fuente común de documentación escrita a la que ambos recurrieron. Además se considera que Mateo tuvo algunos elementos o recursos independientes con los que no contó Lucas, mientras que el propio Lucas tuvo también sus fuentes independientes. De ahí que buena parte de los textos de los Evangelios sinópticos guarde semejanza entre sí.

El Evangelio de Juan, escrito décadas después de los otros tres, no sigue el mismo esquema que los Evangelios sinópticos. Se parece a los demás en un sentido amplio, pero contiene características propias en cuanto a contenido, estilo y ordenamiento que lo distinguen de los otros Evangelios. En lugar de narrar el episodio de la Natividad o detallar la historia genealógica como lo hicieron Mateo y Lucas, Juan alude al nacimiento de Jesús como la manifestación de la Palabra de Dios encarnada (que toma forma corporal). En lugar de las parábolas, redacta las enseñanzas de Cristo a modo de dilatados diálogos. Asimismo, dispone los sucesos en distinto orden que los Evangelios sinópticos.

El objetivo de los evangelistas no era entregar un detallado recuento de la vida de Jesús. En lugar de reseñar uno por uno los actos de Jesús, estos por lo general se sintetizan en frases como «los sanaba a todos» o «recorrió toda Galilea proclamando el mensaje»[1]. Juan escribió al final de su evangelio que Jesús hizo muchas otras cosas que no han sido recogidas en este libro[2]. Los evangelistas se limitaron a describir aquellas partes de la vida de Jesús que consideraban óptimas para dar a conocer a sus lectores quién era Jesús, qué predicó y qué significaba todo ello en función de Su muerte y resurrección y de nuestra salvación. La finalidad fundamental de los Evangelios era divulgar las buenas nuevas, convocar a otros para que se sumaran a la fe en Jesús y proporcionar un medio de instruir a los nuevos creyentes acerca de Él y el mensaje que pregonó, para que estos a su vez lo transmitieran a otras personas.

Con anterioridad a su redacción, buena parte del contenido de los Evangelios habría circulado por transmisión oral. Muchas de las enseñanzas de Jesús están articuladas poéticamente, de modo similar a los escritos del Antiguo Testamento, lo que las haría más fáciles de memorizar. El método habitual de educación en la antigüedad, particularmente en Israel, era memorización por recitación, el cual permitía a la gente relatar grandes cantidades de enseñanzas, mucho más extensas que todos los Evangelios en conjunto[3].

Además de la transmisión oral de los sucesos de la vida y obra de Cristo, se considera que existían también algunas relaciones escritas de Sus dichos y hechos. Así se desprende de lo escrito por Lucas al principio de su evangelio:

Muchos han intentado hacer un relato de las cosas que se han cumplido entre nosotros, tal y como nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos presenciales y servidores de la palabra. Por lo tanto, yo también, excelentísimo Teófilo, habiendo investigado todo esto con esmero desde su origen, he decidido escribírtelo ordenadamente, para que llegues a tener plena seguridad de lo que te enseñaron[4].

En esa época cobró importancia poner por escrito los conocimientos sobre Jesús y Sus enseñanzas. Ello obedece a dos razones: Una era que los primeros testigos presenciales ya estaban envejeciendo y algunos ya habían fallecido; la otra era que el Evangelio se había difundido por la mayor parte del vasto imperio romano de aquellos tiempos. Eso significaba que ya no era posible que los apóstoles y otros creyentes primitivos viajaran a rincones alejados del imperio para relatar en persona lo aprendido a los pies de Jesús. Era preciso escribir la historia de la vida de Jesús y Sus enseñanzas a fin de preservarlas y divulgarlas más allá de las posibilidades de quienes las exponían oralmente.

Los evangelistas

Ninguno de los cuatro Evangelios declara el nombre de su autor dentro del texto mismo. Existen, sin embargo, escritos cristianos de la primera parte del siglo segundo que sirvieron de sustento para identificar a los autores. Algunos exégetas lo cuestionan, pero existen argumentos históricos que respaldan las afirmaciones de que Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueron los autores. Los invito a revisar brevemente estos argumentos.

La primera referencia a Mateo como autor del libro que lleva su nombre proviene de Papías (fallecido en 130 d.C.), obispo de Hierápolis, Frigia (cerca de Pamukkale en la actual Turquía). Otros padres de la iglesia —Ireneo (c. 120-c.203), Orígenes (c.185-c.254) y Eusebio (c.260-c.340)— avalan la autoría de Mateo.

Papías es también la fuente más temprana para acreditar que el autor del Evangelio de Marcos es Juan Marcos, el cual de joven viajó con Pablo. Otros padres de la iglesia primitiva también avalan esa afirmación. Papías escribió que el presbítero —o sea, el apóstol Juan, según se entiende— afirmó que Marcos, quien había trabajado con el apóstol Pedro, redactó con exactitud lo que le contó Pedro y lo que este había predicado sobre los dichos y hechos de Jesús. Marcos no fue testigo ocular, pero escribió el relato que Pedro hizo de la vida de Jesús. Trabajó en estrecha relación con Pedro, que lo llamó su «hijo»[5]. Marcos era primo de Bernabé[6]; compañero de viajes de Bernabé y Pablo[7], y el hijo de una familia pudiente de Jerusalén.

El Evangelio de Lucas es el más largo de los cuatro y el único que tiene una continuación: el libro de los Hechos de los Apóstoles. Si bien Lucas no fue testigo presencial del ministerio de Cristo, las palabras de iniciales de su Evangelio establecen claramente que había recabado información de los primeros creyentes, cotejó sus datos con los aportados por testigos presenciales y ministros de la Palabra[8] y dispuso en orden todas las pruebas reunidas. Lucas era un médico[9], muy probablemente gentil —es decir, no judío—, que conocía a Pablo y a veces lo acompañaba en sus viajes. Numerosos padres de la iglesia primitiva señalan a Lucas como el autor del Evangelio.

Los exégetas consideran que Lucas tuvo acceso al Evangelio de Marcos y que además contó con muchos otros elementos orales y escritos de otras fuentes, ya que más del cuarenta por ciento de su Evangelio es distinto, incluido el relato que hace del nacimiento de Cristo, al igual que dichos y parábolas que no figuran en los otros evangelios. Dado que Lucas escribió su Evangelio y el libro de Hechos, que termina cuando Pablo está en la cárcel pero aún no ha sido ejecutado, el primero muy posiblemente se escribió con anterioridad al ajusticiamiento de Pablo, entre los últimos años de la década del 50 d.C. y los primeros de la década del 60 d.C.

La autoría del Evangelio de Juan se ha debatido ampliamente durante el último siglo. Los antiguos padres de la iglesia entendieron que el apóstol Juan, hijo de Zebedeo, era el autor de este Evangelio. En tiempos más modernos, se ha llegado a cuestionar su autoría dadas las diferencias que tiene este Evangelio con los sinópticos. El sustento histórico para la autoría de Juan se encuentra en los escritos de varios padres de la Iglesia del siglo segundo. Ireneo (c.180) escribió que Juan publicó un evangelio durante su estadía en Éfeso (Asia menor). Buena parte de lo que escribió Ireneo provino de Policarpo (c. 69 - c. 155), que fue seguidor de Juan.

La fecha que tradicionalmente se atribuye a la redacción del Evangelio de Juan oscila entre 90 y 100 d.C. Es muy factible que se hubiera escrito en Éfeso, ciudad ubicada en la actual Turquía.

El Evangelio de Juan difiere de los sinópticos en que no incluye las parábolas que figuran en los otros Evangelios; no hay exorcismos, no se sanan leprosos y no se parte el pan ni se toma el vino durante la Última Cena. Al final de este Evangelio Juan hace explícito el propósito por el que lo escribió:

Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de Sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en Su nombre[10].

El Evangelio cuádruple

Dentro de la primera mitad del siglo segundo, quizá en un periodo de 10 o 20 años después de escrito el Evangelio de Juan, los cuatro Evangelios comenzaron a circular juntos y llegaron a conocerse como el Evangelio cuádruple. Esto se hizo posible gracias a la adopción del códice, una técnica de publicación que entró en vigencia al final del primer siglo y que sustituyó a los pergaminos. Un códice es similar a los libros de hoy en día. Consiste en hojas de papiro o vitela cosidas y encuadernadas. En los pergaminos las hojas de papiro se pegaban una tras otra por un costado formando un rollo continuo.

En el momento en que los Evangelios empezaron a circular juntos, el libro de los Hechos de los Apóstoles, que era la continuación del Evangelio de Lucas, se difundió por separado y no iba incluido en los Evangelios. Durante ese mismo periodo, otra colección de escritos circulaba por las iglesias: el conjunto de las cartas de Pablo a las que se aludía como epístolas. Con el tiempo, el libro de los Hechos llegó a ser el conector entre los Evangelios y las cartas de Pablo. Todo ello en combinación con las otras Epístolas a la postre conformó el Nuevo Testamento.

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Notas al pie

[1] Marcos 1:38, 39 (BLPH), Lucas 4:40 (NTV).

[2] Juan 20:30,31.

[3] Blomberg en el Diccionario de Jesús y los Evangelios.

[4] Lucas 1:1–4 (NVI).

[5] 1 Pedro 5:13. (RV 1995).

[6] Colosenses 4:10 (RV 1995).

[7] Hechos 13:5 (RV 1995).

[8] Lucas 1:2. Los «ministros de la palabra» eran probablemente los apóstoles.

[9] Colossenses 4:14 (RV 1995).

[10] Juan 20:30,31 (RV 1995).