Inicio  »   Fundamentos de la fe  »   La Biblia  »   El padre y los hijos perdidos

El padre y los hijos perdidos

El padre y los hijos perdidos

Peter Amsterdam

En esta tercera parábola del capítulo 15 de Lucas, Jesús sigue respondiendo a las críticas de los escribas y fariseos, que lo censuraban por andar con pecadores. Consta de tres partes: la partida del hijo menor, su regreso a casa y la bienvenida que le dispensa su padre, y la conversación final entre el padre y el hermano mayor.

La partida

«Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde”. Y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada»[1].

La insólita petición del hijo menor debió de sorprender y escandalizar a los oyentes originales. El hijo pide que se le entregue la parte de la herencia que habría de recibir a la muerte de su padre, estando este aún vivo y gozando de buena salud. Prácticamente está diciendo que para él es como si su padre estuviera ya muerto. A todos los efectos, con ese acto está rompiendo con él. La falta de respeto para con el padre es tan grande que muy probablemente los oyentes se esperaban que Jesús a continuación les contara que el padre montó en cólera y castigó a su hijo por semejante ingratitud y falta de respeto.

Pero el padre acepta y reparte la propiedad entre sus hijos. Según la ley mosaica, el mayor debía recibir el doble —en este caso dos tercios de todo lo que poseía el padre— y el menor un tercio[2]. Un padre podía repartir sus bienes —por lo general eran tierras— entre sus hijos en el momento en que quisiera. De todos modos, al hacer eso les traspasaba la propiedad, pero no el control de la tierra. El control de la tierra y de los frutos que esta produjera quedaba en manos del padre hasta su muerte. Este podía guardarse cualquier parte de la cosecha que quisiera, y lo que él no usara era para sus hijos. El padre no podía vender la tierra, pues esta era de sus hijos; pero seguía controlando su uso y su producción. Los hijos podían vender la propiedad si querían; pero el nuevo dueño solo podía tomar posesión de ella después de la muerte del padre. Estas reglas protegían a los padres y garantizaban su sustento hasta el fin de sus días.

El hijo menor quería vender su herencia a cambio de efectivo. Al hacer eso, no manifestó el menor interés en el futuro de su padre. No solo lo trató como si ya estuviera muerto, sino que además lo privó de la parte de los frutos que le correspondía en su vejez. La respuesta del padre, que accede no solo a darle al hijo menor su parte de la herencia, sino también el derecho a venderla, debió de parecerles inconcebible a los que oyeron la parábola.

Se sobreentiende que el hijo menor vendió su parte de la herencia y se llevó el dinero consigo a otro país, o sea, fuera de Israel, a algún país de los gentiles.

El hermano mayor, que recibe su parte de la herencia al mismo tiempo —como evidencia la frase «les repartió los bienes»—, obtiene la posesión de la tierra restante, pero no el control. A medida que progresa el relato queda claro que el padre sigue siendo el jefe del hogar y de la finca, ya que más adelante en la parábola le dice al hijo mayor: «Todas mis cosas son tuyas», por el hecho de que el hijo mayor tendrá la propiedad y el control de todo cuando el padre muera.

Infortunios del hijo menor

Seguidamente Jesús cuenta lo que le pasa al hijo menor: «Juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó él a pasar necesidad»[3].

Al marcharse de la casa de su padre, el hijo menor se  lanza a una vida que puede describirse como desenfrenada y desordenada, con la que termina perdiendo todo lo que tenía. Veremos más adelante que el hermano mayor lo acusa de haber gastado el dinero en prostitutas y vicios, pero eso no está específicamente confirmado en el relato.

Después que se gasta toda la plata, sobreviene una hambruna. Si no hubiera habido hambre, probablemente podría haberse mantenido trabajando; pero en época de escasez debía de haber muy pocas posibilidades de trabajo. Como veremos, el trabajo que consigue ni siquiera le da para comer.

«Entonces fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos. Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba»[4].

Según la Ley, los cerdos eran animales inmundos, y textos judíos posteriores declaran maldito a cualquiera que los críe. El chico se siente profundamente degradado por estar cuidando de marranos, y para colmo pasa hambre y tiene envidia de lo que comen los cerdos. Sabe que si no hace algo rápido se va a morir de hambre. En ese momento «vuelve en sí».

«Volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros’”»[5].

El significado de la expresión «volviendo en sí» ha sido objeto de múltiples debates entre los que estudian las parábolas y escriben sobre ellas. Como sea que se interprete, está claro que el hijo entra en razón y se da cuenta de lo tonto que ha sido, lo cual podría ser un primer paso en el proceso de arrepentimiento.

Decide volver con su padre, confesar su error y su pecado y pedirle que lo acepte como jornalero. ¿Cuál cree él que ha sido su pecado, y cuál debieron de considerar los oyentes originales que había sido? Muy probablemente no haber honrado a su padre y por consiguiente haber quebrantado el quinto mandamiento, al irse de casa con su parte de los bienes y por tanto no haber tenido la intención de cumplir su obligación de contribuir al sustento de su padre en su vejez. Vendió y malgastó los medios que normalmente habrían servido para mantener al padre cuando dejara de trabajar y entregara la finca a sus hijos.

Recordando que a los «jornaleros» de su padre no les falta la comida, tiene pensado pedirle a su padre que lo acepte como jornalero. Por consiguiente, ya no tendría categoría de hijo. De todos modos, ve eso como una opción mejor que su situación inmediata, en la que pronto se va a morir de hambre.

En el discurso que piensa decirle a su padre hay una confesión de culpabilidad: «He pecado»; una admisión de haber echado a perder la relación con él: «Ya no soy digno de ser llamado tu hijo», yuna propuesta de solución: «Hazme como a uno de tus jornaleros». Puede entenderse que el hijo desea trabajar por un salario para devolverle al padre el dinero que ha despilfarrado.

El regreso a casa

«Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó. El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”»[6].

Muy probablemente la reacción del padre al ver de lejos a su hijo debió de sorprender a los oyentes originales. Después que el hijo avergonzó a su padre delante de todo el pueblo, habría sido justo y razonable que el padre dejara que el hijo se acercara y pasara caminando por el pueblo ante las miradas de desaprobación de la gente. Pero no. El padre, lleno de misericordia, corre hacia él. El hijo está lejos, quizás apenas está aproximándose al pueblo cuando el padre lo ve. Este corre hacia él, algo que un anciano decoroso no hacía nunca en público. Para ello habría tenido que subirse la vestimenta y mostrar las piernas, lo cual en la cultura de aquel entonces se habría considerado vergonzoso. Lo primero que hace el padre es abrazar y besar a su hijo, antes incluso de escuchar lo que este le quiere decir.

«El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Pero el padre dijo a sus siervos: “Sacad el mejor vestido y vestidle; y poned un anillo en su dedo y calzado en sus pies”»[7].

El hijo empieza a pronunciar el discurso que ha ensayado, pero el padre no lo deja terminar. Lo interrumpe sin darle oportunidad de explicar cómo considera que lo deben tratar. Después de oír al hijo manifestar que no es digno de ser llamado así, el padre no necesita escuchar nada más. Ordena a sus criados que le pongan el mejor vestido, un anillo y zapatos. Con esos actos el padre da a conocer que se ha reconciliado con su hijo. Cuando los invitados a la fiesta vean al hijo vestido con la ropa del padre, con un anillo en el dedo y zapatos en los pies, entenderán y aceptarán que el padre se ha reconciliado con su hijo y que también ellos deben acogerlo en la comunidad. Aparte del mensaje para los criados y vecinos, hay también un fuerte mensaje para el hijo, un mensaje de perdón. El hijo se da cuenta de que la reconciliación con su padre no se producirá porque él adopte el estatus de jornalero y le devuelva el dinero. No va a poder ganársela.

La bienvenida del padre es un acto de gracia inmerecida, de perdón. Nada que haga el hijo puede remediar lo que hizo antes. El padre no desea el dinero perdido; quiere a su hijo perdido.

«“Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta”»[8].

A continuación, el padre manda matar y cocinar un ternero gordo. El hecho de que se prepare un animal de buen tamaño para la celebración indica que se va a servir comida a muchas personas. Eso da a entender que es probable que todo o casi todo el pueblo esté invitado a la fiesta, y tienen un becerro gordo reservado precisamente para una gran ocasión de ese tipo. El padre revela su motivo para regocijarse y festejar cuando exclama: «“Porque este, mi hijo, muerto era y ha revivido; se había perdido y es hallado”. Y comenzaron a regocijarse»[9].

El hijo mayor

Pasamos ahora a la siguiente fase de la parábola con la aparición del hijo mayor.

«El hijo mayor estaba en el campo. Al regresar, cerca ya de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El criado le dijo: “Tu hermano ha regresado y tu padre ha hecho matar el becerro gordo por haberlo recibido bueno y sano”. Entonces se enojó y no quería entrar»[10].

El hijo mayor, al terminar la jornada de trabajo, vuelve del campo, que debía de estar a cierta distancia del pueblo y de la casa del padre. Durante buena parte del día habrían estado haciendo preparativos para la fiesta, matando, sazonando y cocinando el ternero gordo y preparando el resto de la comida.. El hijo mayor regresa del campo una vez comenzada la fiesta, probablemente como muchos otros hombres del pueblo que han estado trabajando en el campo.

El hijo mayor pregunta a uno de los criados qué está pasando, y es de imaginar que le hace también otras preguntas, porque más tarde, cuando habla con su padre, es plenamente consciente de que a su hermano no le queda nada de la herencia. Al enterarse del motivo de la celebración y de que su padre ha recibido nuevamente en casa al hijo menor, se pone furioso.

En una fiesta así era habitual que el hijo mayor estuviera atendiendo a los invitados, como parte de sus obligaciones en calidad de coanfitrión juntamente con su padre. Pero el hermano mayor, saltándose el protocolo, se niega públicamente a entrar en la casa y unirse a la celebración, y seguidamente discute con su padre a la vista de todos, como veremos. Su proceder es sumamente irrespetuoso e insolente.

«Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrara. Pero él, respondiendo, dijo al padre: “Tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo”»[11].

Arriesgándose a quedar humillado y avergonzado delante de sus invitados, el padre deja la fiesta para suplicarle a su hijo que se una a la celebración. La respuesta del hijo denota impertinencia, resentimiento, rencor, y revela cómo ve la relación con su padre. Dice que lleva años trabajando como un burro para él, y demuestra tener más una actitud de esclavo que de hijo. Seguidamente lo acusa de favoritismo por haber honrado al hijo menor con un becerro gordo, mientras que jamás le ha dado a su primogénito un cabrito siquiera para comer con sus amigos. Además se niega a tener ninguna relación con su hermano al referirse a él como «este hijo tuyo». Y acusa a su hermano de derrochar en prostitutas las riquezas de su padre a fin de degradarlo aún más delante de este.

En esencia está diciendo: «Yo he sido el hijo bueno, he trabajado para ti. Te he obedecido, y estás en deuda conmigo». Se pone de manifiesto que el hijo mayor, al igual que el menor, ha estado más interesado en los bienes materiales de su padre que en la relación con él. Al padre debe de dolerle mucho oír esto.

¿Cómo reacciona el padre? Exactamente de la misma manera que con su otro hijo perdido: con amor, bondad y misericordia. Dice: «“Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas”»[12].

La relación que tiene con él el hijo mayor está dañada —como ocurría con el menor—, y el padre desea repararla. Ambos hijos necesitan reconciliarse con su padre y restaurar su relación con él. Ambos reciben el mismo amor de su padre, amor comunicado con humildad.

La última frase del padre expresa su alegría por el hecho de que el hijo menor ya no esté perdido. «“Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado”»[13].

Queda a discreción del oyente imaginar si el hermano mayor, que también estaba perdido, será hallado y restaurado, porque no se nos dice su respuesta.

Reconciliación y restauración

Al contar esta parábola en el contexto en que lo hizo, Jesús quiso expresar el motivo por el que comía y se relacionaba con recaudadores de impuestos y pecadores que acudían a Él. Su misión era manifestar el amor y la gracia de Su Padre para con todos los perdidos, a fin de traer reconciliación y restauración. Su ministerio consistía en buscar y salvar lo perdido[14]. Al criticar a Jesús por tratarse con pecadores, los fariseos, al igual que el hermano mayor, se mostraban incapaces de regocijarse por el hecho de que lo perdido hubiera sido encontrado y sus hermanos hubieran sido acogidos en los brazos de su Padre, amados por Él y reconciliados con Él. Los fariseos habían servido a Dios, habían guardado Sus mandamientos y, al igual que el hermano mayor, consideraban que se habían ganado un lugar en la casa del Padre. Sin embargo, como el hermano mayor, no habían entendido la clase de relación que Dios anhela: la que se tiene con un hijo, no con un criado.

Esta parábola nos muestra algo bien hermoso de Dios nuestro Padre. Él es todo compasión, gracia, amor y misericordia. Como el padre de la parábola, deja que tomemos decisiones por nosotros mismos, y nos ama independientemente de cuáles sean nuestras decisiones y sus consecuencias. Él desea que todos los que se han descarriado, todos los perdidos, todos aquellos cuya relación con Él está dañada, vuelvan a casa. Los está esperando, y los recibe con gran alegría y celebración.

Esa es la actitud de Dios frente a cada persona. Él nos ama entrañablemente y anhela tener una relación viva con todos. Busca a los perdidos y se alegra enormemente cuando vuelven a casa. Los recibe con los brazos abiertos, sin importar quiénes sean ni lo que hayan hecho. Los perdona, los ama, los acoge. Como reza un antiguo himno: «Venid, venid, si estáis cansados, venid».

El Padre ama profundamente a cada persona. Jesús dio la vida por todos. Y a nosotros se nos pide que demos a conocer esa noticia. Para ello tenemos que buscar a los demás, como hacía Jesús, hacer un esfuerzo por llegar a ellos y comunicarles el mensaje de que Dios los ama y quiere tener una relación con ellos. Dios es compasivo, está lleno de amor y misericordia. Ama a todas las personas y pide que nosotros, Sus representantes, hagamos lo que hizo Jesús: que manifestemos amor incondicional, que amemos a los despreciados y que personifiquemos los principios de las parábolas de Lucas 15, que son buscar a los perdidos, llevarlos a la reconciliación y reaccionar con alegría y celebración cuando se encuentra lo que estaba perdido.

Para más escritos de Peter Amsterdam, visita Rincón de los directores.


Notas al pie

[1] Lucas 15:11-13. (Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.)

[2] Deuteronomio 21:17..

[3] Lucas 15:13-14.

[4] Lucas 15:15-16.

[5] Lucas 15:17-19.

[6] Lucas 15:20-21.

[7] Lucas 15:21-22.

[8] Lucas 15:23.

[9] Lucas 15:24.

[10] Lucas 15:25-28.

[11] Lucas 15:29-30.

[12] Lucas 15:31.

[13] Lucas 15:32.

[14] Lucas 19:10.